El término semántica se refiere a los aspectos del significado o interpretación del significado de un determinado símbolo, palabra, lenguaje o representación formal.
La semántica es un área de estudio que puede entenderse como contrapuesta a la sintaxis que estudia las relaciones entre los signos que forman las palabras a la hora de formar una estructura.
La semántica como palabra apareció por primera vez en el libro de 1897 Essai de sémantique, del francés Michel Bréal. Así, se le considera en cierto modo el padre de la semántica. Sin embargo Michel Bréal es más famoso entre el gran público por haber inventado la maratón.
La primera maratón.
El comité que en 1894 perfilaba cómo serían las primeras Olimpiadas del Mundo Moderno estaba abierto a todo tipo de sugerencias e ideas. Entre ellas la propuesta del francés Michel Bréal cautivó de inmediato. Revivir la leyenda de la carrera llevada a cabo por el mensajero Filípides, carrera que le llevó desde el campo de batalla de Maratón hasta Atenas para dar la buena nueva de que habían resultado vencedores. Tras gritar ¡Hemos vencido! murió agotado por el esfuerzo.

La carrera no existía como tal y todo estaba entonces por decidir. Tenía que ser una distancia similar a la entonces recorrida por el mensajero. Las primera pruebas se realizaron en Grecia en 1896. Allí se celebraría la Primera Olimpiada pocos días después y los griegos estaban eufóricos con la idea. Por supuesto que el vencedor debía ser un ciudadano griego.
Así, organizaron unas rondas de clasificación. La primera maratón tuvo lugar el 3 de abril de 1896, teniendo en cuenta la extravagancia de que por aquel entonces los griegos aún se regían con el Calendario Juliano y para ellos no era más que el 22 de marzo. El vencedor fue Kharilaos Vasilakos con un tiempo de 3 horas y 18 minutos.
Los participantes en la carrera habían sido seleccionados por un coronel del ejército griego. De entre los numerosos soldados que habían servido a sus órdenes seleccionó a los mejores. Entre ellos a Louis Spiridon, licenciado el año anterior y que se ganaba la vida como aguador.
Louis Spiridon corrió en la segunda ronda de clasificación, alcanzando un modesto quinto puesto.
Pocos días después, el 10 de abril de 1896, tendría lugar la primera maratón oficial de la historia, en la jornada final de los Juegos Olímpicos. Los Juegos habían resultado un completo desastre para los griegos. Aunque apenas si participaban un puñado de deportistas de otros países, estos vencían en todas las pruebas. Especialmente dolorosa resultó la derrota en lanzamiento de disco, un deporte griego por excelencia. En este caso fue Robert Garret, un americano, el vencedor.
El lanzamiento de disco
La victoria de Robert Garret en el lanzamiento de disco no deja de ser sorprendente. Hijo de una familia adinerada, su especialidad era el lanzamiento de peso y de hecho conseguiría la medalla olímpica en la especialidad. Su entrenador en los Estados Unidos le sugirió que probase también con el disco.
Garret y su entrenador preguntaron a los expertos de la época sobre cómo sería el disco a emplear en la competición. Estos consultaron la literatura clásica y diseñaron un disco tal y cómo debía ser en la antigua Grecia: una masa de más de 14 kilos de peso. Cuando Garret lo tuvo en sus manos vio que aquello era imposible de lanzar y renunció.
A su llegada a Grecia sin embargo tuvo la oportunidad de ver el disco que se emplearía en la competición: pesaba unos dos kilos y medio. Por diversión y sorpresa al verlo tan manejable decidió participar.
El estilo de lanzamiento griego era tremendamente estilizado. Las poses evocaban al Discóbolo de escultor clásico Mirón. Verlos lanzar era placentero. Casi se preocupaban más de la coordinación que de la fuerza. Garret sin embargo se enfrentó al disco en la única forma que sabía: la misma con que lanzaba el peso, pura fuerza bruta.
Sus dos primeros intentos resultaron ridículos. Totalmente desviados incluso estuvieron cerca de hacer daño a alguien del público. Tanto el resto de americanos como los griegos se partían de risa ante su falta de estilo y clase.
Sin embargo su tercer lanzamiento fue sorprendentemente bueno. Tanto que le valió para conseguir la medalla de oro, 19 centímetros más lejos que el del mejor griego. El bochorno para los griegos fue absoluto. Habían perdido en su deporte ante alguien que no tenía ninguna técnica.
La maratón de 1896
Mientras hay vida hay esperanza. La maratón era una nueva competición que cualquiera podría ganar. Especialmente los griegos por cuanto competían con trece deportistas mientras que sólo había cuatro de otros países. Como en los chistes, había un francés, un australiano, un húngaro y un americano.
No pudo tomar la salida el competidor italiano Carlo Airoldi que había viajado casi mil kilómetros a pie desde su casa hasta Atenas sólo para participar en esta prueba. Sin embargo fue descartado de tomar el inicio por tratarse de un deportista profesional. Algo un tanto injusto por cuanto no existía ni una sola persona que se dedicara al atletismo en forma profesional en su época. Hasta qué punto no lo era lo demuestra su absoluta falta de dinero para viajar hasta Atenas. Tuvo que negociar con un periódico que acordó pagarle un viaje mirando al céntimo a cambio de recibir una crónica diaria de su viaje. Carlo Airoldi tuvo que cruzar las peligrosas fronteras de Croacia y Austria recorriendo más de 70 kilómetros diarios para llegar a tiempo a la competición.
Cierto era que estaba muy acostumbrado a carreras largas, de hasta 50 kilómetros y es probable que habría ganado con facilidad. La causa de su retirada anticipada fueron las 2.000 pesetas (12 euros) que había ganado como premio en un carrera entre Barcelona y Milán, 1.050 kilómetros que se corrían en 12 etapas.
La carrera comenzó para los diecisiete participantes. El francés Albin Lermusiaux tomó la delantera rápidamente. El australiano Teddy Flack y el
americano Arthur Blake le seguían a considerable distancias. Y mucho más atrás, los griegos.
Entre ellos, Louis Spiridon, que a su paso por Pikermi, situada en el kilómetro veinte, fue a saludar a su tío que vivía en esa población y al que había prometido visitar. Se tomó un vaso de vino mientras le informaban sobre la distancia que le llevaban el resto de competidores. Tras oírla tuvo confianza suficiente en su victoria.
Por aquel entonces Lermusiaux llevaba un ventaja inalcanzable, más de tres kilómetros delante del segundo corredor. Sus tiempos estaban resultando buenos incluso con las sobrehumanas marcas de los deportistas profesionales de la actualidad. En menos de una hora había corrido los primeros veinte kilómetros, una marca impresionante.
Sigue leyendo Egine Louis